Las ciudades luego de la crisis
La crisis del coronavirus está íntimamente ligado a un planeta abarrotado, cuyo símbolo son las ciudades. Sin que exista claridad científica aún, las ciudades con más niveles de contaminación ambiental sufrieron con mayor fuerza la embestida de una enfermedad que no tiene tanto en su letalidad sino en su velocidad de contagio el mayor riesgo de salud pública en años. Desde hace poco más de un siglo, las ciudades absorbieron gran parte de la actividad económica y la transición de países rurales o países urbanos se dio a pasos acelerados. Las ciudades aprovecharon los beneficios de la aglomeración, algo difícil en zona rural, porque las personas tendrían acceso a casi todo lo necesario para vivir en un espacio geográfico muy limitado. Y en tiempos modernos, además se volvieron en las puertas de entrada y salida de los países. Es fácil tomar un vuelo desde Madrid o París hacia Bogotá, Nueva York o Bangkok. Eso, sin duda, habla del progreso humano y un virus no va a cambiar esa realidad. Seguiremos teniendo ciudades que son vistas como oportunidades, que seguirán creciendo y seguirán aglomerándose.
América Latina es una región de urbes particularmente pobladas. Mientras un país como Alemania, que tiene 80 millones de habitantes, tiene en Berlín su ciudad más grande, con algo más de 3.600.000, un país como Colombia tiene dos ciudades que rozan los tres millones de habitantes, tiene una que supera los siete millones y tiene 11 ciudades entre los 500.000 y dos millones de habitantes, muy por encima de países vecinos como Perú, Venezuela o Chile y casi por encima de todos los países europeos. La urbanización marcó una tendencia en el siglo pasado, en el caso colombiano por fenómenos de violencia rural que aceleraron las migraciones del campo a la ciudad y la transformación productiva concentrada en la industria y más recientemente en los servicios y el turismo. Y en tiempos de coronavirus, no es de extrañar que Bogotá, Cali, Cartagena y Barranquilla vayan a la delantera en la transmisión de la enfermedad.
La emergencia sanitaria en esas cuatro ciudades amenaza con ser el foco del problema en Colombia. Pero no será la enfermedad el problema más delicado que enfrenten. Si bien tendremos contagios, casos críticos y muertes trágicas, la pandemia terminará en algún momento y, quizás a la vuelta de un año, cuando las aguas bajen, dejarán en evidencia una serie de factores estructurales que constituyen los retos más importantes para el país y sus ciudades: desigualdad y pobreza, desempleo y un hábitat deterioriado. Valdría la pena que se tome esta crisis generalizada para replantear aspectos estructurales de las ciudades colombianas.
El distanciamiento social es una estrategia contingente para frenar una enfermedad contagiosa, pero no es ni puede ser la regla que defina el presente y futuro de las ciudades colombianas. El propósito de una nueva agenda urbana consiste, más bien, en hacer de las aglomeraciones urbanas un punto de encuentro donde sus actores se puedan relacionar de manera armónica. Eso implica también que se puedan consolidar como generadoras de bienestar y de calidad de vida, algo que no han logrado las ciudades colombianas en los últimos años.
En condiciones normales, Buenaventura y Cartagena deberían ser las ciudades más desarrolladas del país, con acceso al mar, potencial como puerto logístico, como epicentro cultural y turístico y con grandes posibilidades en el desarrollo de servicios sofisticados. Pero en el caso de la capital de Bolívar, es fácil pasar de la modernidad de Bocagrande a la antigüedad del centro histórico mejor conservado de América y luego pasar a los asentamientos de desarrollo incompleto de los alrededores de la Ciénaga de la Vírgen. La pandemia lo que hizo es dejar en evidencia la inmensa desigualdad que se instaló en las ciudades colombianas, con costos importantes en el bienestar, desarrollo y crecimiento armónico de las urbes.
Cali y Bogotá no están exentas de vivir estos problemas. Aunque de manera menos dramática, las desigualdades y el desbalance en la provisión de bienes públicos se siente en estas ciudades, lo que hace que para unos sea más difícil acceder a servicios como la educación, la salud y el transporte que otros. La brecha entre sur y norte en la capital del país luce de forma similar como las distancias que existen entre el oriente de Cali y el resto de la ciudad, lo que recorta sustancialmente el beneficio y el desempeño de la aglomeración. El coronavirus hoy ataca con particular fuerza a quienes, justamente, tienen menos facilidades para acceder a un empleo formal, a un servicio médico o a espacio público suficiente. Pero su comportamiento no es muy diferente al que tiene la violencia, por ejemplo, que ataca con mayor fuerza justamente esos entornos urbanos empobrecidos y deteriorados.
Colombia tiene un sistema de ciudades que podría ser envidiable, con ventajas competitivas y vocaciones distintas aún no aprovechadas como corresponde. El avance de las ciudades colombianas, a partir de lo que nos permitió recordar esta pandemia, estará muy ligado a nuestra capacidad para recuperar espacios urbanos deteriorados, mejorar la provisión de bienes públicos como redes de salud, sistemas de empleo, seguridad y una mayor oferta social que permita cerrar las brechas en el acceso a la información y al conocimiento. La emergencia sanitaria aún no termina y quizás esté con nosotros algunos meses más, pero lo cierto es que será un problema coyuntural. Los problemas de fondo, los que hacen que nuestras ciudades estén en una constante crisis, están ahí y nos siguen esperando.
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