Tarragona y el río
A Cali le estaban quitando espacio público para provecho de privados y no nos estábamos dando cuenta. Agravado por un error del gobierno local, que ya se había cometido en 2016 pero que fue rápidamente enmendado, un predio que hace parte de la estructura ecológica del río Cali estuvo a punto de pasar a ser parte de un gran proyecto de vivienda denominado Tarragona. A grandes rasgos, la Alcaldía conceptuó que el predio es de uso mixto, lo que llevó a hacer una investigación desde el Concejo para identificar que, a lo largo de casi cincuenta años, ese predio ha sido una zona verde, aunque con algunas irregularidades en su venta que no logró detectar el comprador en su momento. Lo cierto es que una zona verde es por definición pública y ese principio estuvo muy próximo a ser omitido.
Es inevitable, en razón de los desplazamientos por cuenta del conflicto, que las dinámicas de poblamiento de las ciudades colombianas esté mediado por una difusa asignación y protección de los derechos de propiedad. Más aún, es bastante usual que se ocupen lotes públicos para urbanizar, en un contexto de limitada oferta de vivienda y un crecimiento constante de la demanda habitacional. También es común que, en el crecimiento urbano, se asimile y valore mucho más vivir cerca a un río o a una fuente hídrica, por las connotaciones estéticas y ambientales que tiene. El caso de Tarragona reúne unos elementos que, además de preocupantes, hablan de la manera en que Cali ha mirado la configuración de su territorio.
En medio de la polémica, este proyecto habitacional envuelto en esta aguda discusión deja ver las debilidades crónicas que tiene la ciudad para inventariar sus zonas verdes y espacio público; no puede ser menos que una protuberante falla que el Plan de Ordenamiento Territorial desde su formulación, en 2014, no haya dejado claro que ese lote es una zona verde que forma parte de la estructura del río Cali. La incapacidad del Estado de controlar, mantener, preservar e identificar el espacio público en sistemas de información confiables contrasta con la rapidez en que el mercado del suelo asigna posesiones y propiedades, a menudo sin una regulación efectiva, lo que se traduce en fenómenos como la invasión y la sustitución de áreas forestales o de amortiguación por vivienda, generalmente. Sin una adecuada gestión del territorio, lo de Tarragona es y seguirá siendo un caso frecuente, sometido a entramados jurídicos desgastantes y con daños potenciales irreversibles para la estructura ecológica.
El centro y el norte de Cali están urbanizados alrededor del río. La estructura ecológica del río Cali conecta con la estructura ecológica del río Cauca en el oriente y con la del río Felidia en el oeste, lo que permite un valiosísimo sistema de conectividad con los Farallones. Esto, quizás, a los ojos de un observador desprevenido no parece relevante, pero su importancia radica en la posibilidad de tener un vaso comunicante natural con una fábrica de agua y oxígeno en torno a la cual hay una gran cantidad de manifestaciones de vida. Durante casi tres siglos, Cali no pasó de ser un pueblo al pie de un río entonces navegable en pequeñas barcazas; sin embargo, en el siglo XX, el acelerado crecimiento de la capital vallecaucana hizo que el río Cali quedara atrapado en la selva de cemento, no siempre con un final feliz.
Mientras en las zonas del oeste se trató de incorporar paisajísticamente al desarrollo de barrios como Santa Teresita y Santa Rita, donde existe un relativamente buen equilibrio entre la estructura del río y los asentamientos humanos, en la medida en que el río transita hacia el oriente el panorama se degrada. Con el Bulevar del Río, en la década pasada, la zona central de la ciudad hace un esfuerzo relativamente exitoso de incorporar al río de forma armónica con el entorno urbano, algo que se intenta hacer con menos éxito hasta ahora en el Parque Lineal hasta la calle 25. Con sus ríos, en general, a Cali le ocurre algo que sufría Barcelona, en España, antes de los Juegos Olímpicos de 1982: una ciudad con mar, pero de espaldas a él, que debió transformar sus entornos para integrarlo. Seguramente la capital del Valle tendrá que tomar nota y hacerlo con sus ríos, en particular con el Cali.
Tarragona puso sobre la mesa las deficiencias de la gestión del territorio que tenemos en Cali. Un nuevo modelo de gobernanza, con sistemas confiables de información y acciones efectivas de control y defensa de los espacios públicos, más cuando se trata de activos ambientales, es una de las tareas pendientes que tiene una ciudad que en la siguiente década seguramente llegará a los tres millones de habitantes. Parar su expansión horizontal, integrar a los ríos manteniendo el delicado equilibro y crecer de frente a ellos ha de ser uno de los propósitos que la ciudad debe asumir en un plazo de tiempo razonable. Que Cali sea un sueño atravesado por un río aún es posible.
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