Alcantarilla bajo nuestros pies

¿Se ha preguntado alguna vez qué hay debajo de las calles que usted recorre a diario?, la inmundicia de las ciudades discurre flagrante por los canales subterráneos de aguas negras, anónima e indiferente, quizás sometida al olvido de muchos que la recuerdan cuando contaminan las fuentes hídricas vitales para una sociedad. Nadie se preocupa por evitar que las contaminadas aguas residuales lleguen a los ríos sino cuando ya la contaminación es inminente. Ahora piense en la corrupción y el clientelismo como las aguas negras y los recursos públicos y la administración del Estado como esas fuentes vitales que están siendo untadas por la inmundicia de las malas prácticas políticas.

En un año han estallado millonarios desfalcos al Estado en diferentes frentes fundamentales para la garantía de los derechos de los colombianos, como la salud y el sistema de pensiones; o frentes estratégicos para la gestión económica del país como la contratación en infraestructura y la administración de impuestos, que se suman al uso irracional de las regalías petroleras en las regiones y el desangre fiscal que históricamente ha afectado a los municipios, cuya administración ha sido cooptada por tiranías locales y grupos de presión basados en el clientelismo. Esto no es nada nuevo, pero el estallido sucesivo de los escándalos de corrupción hacen creer que esta aberración es un suceso nuevo en la Historia colombiana y nos impulsa a olvidar que es tan viejo como la República misma.

El clientelismo se asocia a cultura cívica, mientras la corrupción se puede asociar a hechos punibles. No siempre el clientelista es corrupto ni el corrupto amigo del clientelismo, el primero parte de un choque entre modernización y tradición que da como resultado una combinación de razón y sentimientos que se orientan generalmente hacia la construcción del orden democrático. Esto sugiere que los dirigentes y los ciudadanos comparten unos objetivos comunes y valores. Piense en esto: ¿cuántas veces quiso evitar un engorroso trámite, como obtener la tarjeta militar, a través de un conocido en la entidad estatal encargada? ¿cuántas veces logró un favor por votar por un candidato a un cargo de elección popular en su municipio o ciudad?, si lo ha hecho, es consciente que tiene sus implicaciones éticas y morales pero no implicaciones legales ni mucho menos judiciales. La cultura política y, por qué no, la cultura ciudadana, está basada en una red de relaciones con fines concretos que transmiten y elaboran esa cultura.

La síntesis de la corrupción reposa en la existencia del secreto, la ilicitud, la violación de las normas y el intercambio por dinero, si bien el clientelismo es el campo fértil y el entorno que generosamente propician la corrupción con mayor facilidad, esta tiene una causalidad de más largo plazo, impacta la intervención estatal, somete a crisis a los partidos políticos y hace que en presencia de descentralización fiscal y administrativa los nuevos entes territoriales sean susceptibles de prácticas corruptas. Veamos la diferencia entre el clientelismo y la corrupción de la siguiente manera: para el clientelismo existe una estructura vertical, una relación entre desiguales, mientras la corrupción es un convenio turbio entre partes iguales. El político con poder pone a sus fichas en cargos claves de la administración pública, una práctica clientelista común en Colombia, pero ese político con esa práctica adquiere más poder; para la corrupción la estructura es más horizontal, entre pares, entre poderosos, es un intercambio de dinero para transferir intereses: el político quiere el dinero del narco, el narco quiere tener el control sobre la administración pública que requiere para relajar sus operaciones y reducir el riesgo que incrementa los costos de su ilícito. Pero ambos son poderosos y no renuncian a su poder, sólo se transfieren intereses.

Algunos estudios para Italia sugieren que el clientelismo está ligado a la cultura siciliana, forma parte de la cultura política. Pero no así la corrupción: no llega a ser cultura porque no maneja códigos ni convenciones arraigadas en la tradición ni se convierte en una experiencia colectiva a pesar que tenga a múltiples actores inmersos en ella, lo que es similar en Colombia. De nuevo piense si ha incurrido en un hecho asociado a la corrupción tantas veces como ha estado tentado a resolverlo todo con un favor político: si en lugar de buscar un documento público a través de un favor político ha pagado a un funcionario para adulterarlo para su beneficio. Son escenarios distintos. La corrupción política es el medio y no la esencia de una cultura política. El clientelismo no es un hecho que transgrede la ley, no así la corrupción que merece toda la carga judicial para castigarla.

Tal como las aguas negras son productos de la expansión urbana, de la introducción de industrias y del consumo desmesurado de servicio y bienes y de un arraigado desinterés por identificar las fuentes de contaminación, la corrupción en Colombia no se corrigió a tiempo porque jamás se pensó de manera concienzuda de dónde proviene. Incentivos perversos como la posibilidad de financiar las campañas electorales ha sido una manera de capturar al Estado, como lo demuestra la histórica tiranía de los transportadores en Bogotá y las principales ciudades colombianas que pusieron y quitaron concejales y alcaldes a su acomodo, o los contratistas que financiaron las últimas campañas electorales en Bogotá que luego cobraron sus favores con los altísimos costos económicos que hoy enfrenta el fisco producto de unas prácticas clientelistas luego montadas en el vehículo de la corrupción.

Durante años Colombia asumió como comportamiento colectivo el oportunismo y el clientelismo como manera de evadir los protocolos del Estado, que van desde hacer fila en una entidad pública hasta un concurso público para el servicio civil. Esto sentó las bases de una estructurada red de corrupción que encontró la forma de acumular el poder necesario para aprovechar los recursos financieros del Estado, para entorpecer su funcionamiento y así alimentar sus negocios particulares. Reducir la influencia de los recursos privados en el financiamiento de campañas, el poder del lobby en las corporaciones legislativas, mejorar la administración de la justicia y optimizar el control interno de las entidades públicas es un objetivo para atacar de frente una cultura que sirve de sustento para las prácticas corruptas. Mientras esto no pase, seguiremos teniendo unas alcantarillas putrefactas bajo nuestros pies contaminando nuestros preciados ríos.




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