¡Santos tres años, Juan Manuel!

Andrés Felipe Galindo Farfán*

Conviene recordar un poco el contexto de la elección de Santos hace tres años. Un personaje que como ministro de Defensa se ganó el favor de Uribe, quien terminaba un mandato peculiar de ocho años. Uribe fue un presidente emocional, reaccionario, que sabía muy bien interpretar las preferencias de un electorado sorprendido por un estilo bastante diferente al de los presidentes predecesores. Poco valieron escándalos de corrupción, los falsos positivos, los fallos normales de cualquier gobierno o incluso las muertes de los niños en Cajamarca a manos del Ejército: la popularidad de Uribe se mantenía y tenía el capital político necesario para endosarlo en un candidato que llegaría a la presidencia casi sin dificultad. Quien fuera el sucesor de Uribe gobernaría bajo su sombra, dado el inmenso poder de opinión que tenía. Ahí llegó Santos, un político no tan político, pero que había logrado tener los principales cargos del Estado sin ir a elección popular. Muchos lo asocian como un personaje camaleónico, jugador estratégico, uno de los primeros en impulsar la maquinaria oficialista para lograr la reelección de Uribe y así meterse en el Gobierno. Su carrera a la Presidencia estaba lista como nunca antes. 

Pero ese es su mayor acierto y a la vez, paradójicamente, su mayor error: llegó al poder con un buen propósito, pero con la sombra de una opinión pública favorable a Uribe, emocional y reaccionaria, como él. El acuerdo tácito del electorado era que, ante la incapacidad legal de promover la segunda reelección de Álvaro Uribe, entonces Juan Manuel Santos sería su alter ego en la Casa de Nariño. Los colombianos confiaban en que el presidente más popular de los últimos tiempos podría gobernar en cuerpo ajeno. Los resultados de Uribe eran conocidos por la opinión y eso apoyaba la percepción de una transformación profunda de Colombia. Aunque obviamente en ocho años su gestión fue amplia, Uribe supo atar su gestión a temas tangibles, fácilmente cuantificables y de fácil verificación: en el tema de la seguridad logró que los colombianos pusieran sus anhelos de cambio en un país violento y hastiado por grupos como las Farc y casi logró que ignoraran sus desaciertos y errores, que no fueron pocos.

¿Por qué hoy el electorado percibe que Santos no debería reelegirse y no consigue la aceptación de su Gobierno como se espera?, indudablemente que la acción reaccionaria de la extrema derecha ha ayudado. Pero en realidad Santos recoge los resultados de violentar un acuerdo tácito al elegirse y era que su rol como presidente no opacaría el rol del expresidente. La extrema derecha uribista pasa la cuenta de cobro y Santos, inevitablemente, lo paga con su popularidad. Evidentemente, eso que se propuso en 2010 no fue un gesto de una democracia madura ni de una sociedad avanzada. Volvimos a la nostalgia del caudillismo, materializada más en miedos por la historia lúgubre de Colombia que por el deseo de un pueblo de seguir adelante. Los colombianos no dudaron en ponerle nombre y apellido a su esperanza de evitar el temido retroceso y eso sin duda alguna tiene repercusiones. Los nueve millones de votos que recibió Santos eran un voto de confianza al candidato de Uribe, no a las ideas del entonces candidato. Y aunque mi tesis es que Santos hace lo que haría Uribe, también es claro que la marca personal del Presidente a su obra de Gobierno, así como ciertos nombramientos que hizo, han sido causal de ruptura entre él y el expresidente. Nadie duda que, por ejemplo, Germán Vargas Lleras es más cercano ideológicamente a Uribe que el mismo Santos, pero que este se hubiese opuesto a su segunda reelección le costó la animadversión de un personaje airado e irritable como el expresidente. Lo que ocurre hoy entre Santos y el uribismo es el debate más liviano y vergonzante de la historia reciente de Colombia, basado en repeticiones, en frases confeccionadas y fabricadas en línea, que repiten unos y otros sin cesar y que la opinión pública internaliza fácilmente, muchas veces sin ser verdad y, en otras, volviendo doctrina simples opiniones.

¿Hace Santos un mal gobierno?, yo no lo creo, y aunque a ratos quisiera verlo proyectando más autoridad y carácter ante la opinión pública, creo que su mayor error fue precisamente no haber sido prudente y no haber atado su programa de Gobierno a un tema sensible para la opinión. A Uribe lo reconocerán por haber hecho la guerra y haber cambiado su fisonomía, pero a Santos es difícil, en la medida en que el concepto de prosperidad es bastante subjetivo y no goza de una percepción generalizada fácil de construir:  Uribe habló de proveer eficientemente un bien público como la seguridad y en eso avanzó e incluso hizo cambiar la Constitución, mientras Santos le apostó a una variedad de temas que el electorado, desinformado por naturaleza en Colombia, ignora. Es decir, ver a un soldado en la vía es suficiente para un ciudadano promedio desprevenido para sentirse seguro, mientras que ver a un co-gestor de la Red Unidos no genera la sensación de estar venciendo la pobreza. La opinión se ha tragado el sapo, en todo caso, que Uribe hizo mucho más de lo que realmente logró en sus ocho años, mientras asegura que Santos no ha hecho nada. En ambos casos asistimos a dos mentiras manifiestas. En el peor de los escenarios, el Gobierno de Santos es muy similar al de Uribe, pero responde a una realidad distinta de la que afrontó el expresidente diez años atrás. Realidad que él mismo ayudó a cambiar. 

Santos debe lidiar con un Uribe que tiene gran poder de incidir en la opinión del electorado. Aunque las críticas del expresidente son extremadamente melifluas, -uso su argot-, basadas en repeticiones, en sus percepciones personales, carentes a menudo de soporte empírico o de viabilidad - como simplemente desacatar un fallo de la CPI cuya defensa, en su mayoría, ostentó el Gobierno de Uribe-, son apropiadas para llegar a una opinión pública ávida de productos ligeros en política. No debe ser un secreto que la mayoría elige gobernantes, representantes y funcionarios por elección popular a menudo sin reparar en su hoja de vida, en su experiencia y en su plan de Gobierno. Santos, en su tercer año, afronta a un Uribe que sabe algo que la opinión pública no ha puesto en la agenda: el uribismo, de no lograr la presidencia en 2014, difícilmente tendrá oportunidad en el futuro. Es decir, si en 2014 no gana las elecciones presidenciales, corre el riesgo de desaparecer. No descartemos la aparición de un líder de los quilates o incluso más peso que el mismo Uribe. Y el Centro Democrático, que no propone una dosis de ideas novedosas que lo haga una fuerza positiva en el cargado ambiente político colombiano, sabe que hacer campaña es también destrozar las tesis del oponente. Y Santos, sin ser tan popular y sin gozar del fervor de una mayoría, tiene todo lo necesario para lograr la reelección y sepultar al uribismo. En su tercer año de Gobierno, no solo Santos se juega su futuro político: el uribismo también se la juega por su supervivencia. 

*Presidente de Oreka- Grupo Estudiantil de Economía, Estudiante de últimos semestres de Economía de la Pontificia Universidad Javeriana Cali.


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