La lógica del acuerdo


Tras casi cuatro años, se pactó el punto de fin del conflicto, que en la práctica traduce que el Gobierno y las FARC determinaron el mecanismo por el cual esta última agrupación dejará las armas y la combinación de las formas de lucha. Esto en un contexto en que tanto el Estado como la subversión mantendrán el cese al fuego bilateral. Por supuesto, falta aún un terreno  por recorrer, pero se vislumbra la inminente firma de un acuerdo final y el inicio del proceso de desmonte de las estructuras de guerra de las FARC. Sin embargo, aunque hay un ambiente de optimismo en torno a la conclusión de la mesa de negociación, persisten dudas desde algunos sectores. La pregunta es si esas inquietudes son viables en el contexto de la negociación y si efectivamente lograrían un mejor acuerdo que el conseguido.

Una de las principales inquietudes está en la justicia, la verdad, la reparación y las garantías de no repetición. La tesis defendida por algunos sectores sostiene que la impunidad -que han acotado a un tema estrictamente carcelario- engendra más violencia y pone en riesgo la garantía real de no repetición por parte de la guerrilla. No vamos a analizar mucho el entramado jurídico, que no tengo duda respondió a una exigencia particular y que era necesario satisfacer. Voy en su lugar a sugerir el siguiente análisis: las FARC han estado alzadas en armas por 60 años, tiempo en el cual han logrado mantener sus estructuras armadas y resistir la respuesta estatal. En el análisis de conflictos propuesto desde las matemáticas y la economía, la cooperación se consigue entre dos partes enfrentadas cuando no están particularmente ansiosos por el presente. Y me detendré por un momento en la palabra cooperación, que describe cualquier resultado posible siempre y cuando las partes involucradas en un juego -una negociación, si se quiere- no pueden garantizar para sí mismo un resultado mejor. Es decir, el resultado deberá ser lo mejor para los dos, aunque no sea necesariamente lo mejor para cada uno por separado. Y en esto se precisa una salvedad: la tasa de descuento subjetiva -esa medida en el tiempo que pone en valor presente un flujo futuro- no debe ser muy alta, ¿cómo es eso? Seguro se preguntará usted. Básicamente es qué tan ansiosas estén las partes en que las cosas ocurran hoy y no mañana o en un año. Piense en un par de novios, donde uno de los integrantes de la pareja quiere el compromiso matrimonial pronto y el otro integrante quiere esperar un poco más, por lo cual es probable que no se llegue al matrimonio. Así funciona el tema con las FARC: si una de las partes está muy ansiosa por lograr el mejor acuerdo para sí mismo en el corto plazo, es probable que la negociación fracase.

Cierto: los autores de tantos delitos, algunos de ellos de lesa humanidad, deberían ir a juicio, ser procesados conforme al código penal e ir a la cárcel. Sin embargo, ¿era esto posible en el proceso que está concluyendo? La verdad tengo mis reservas. Cuando dos partes en conflicto deciden negociar una salida razonable, debe partir de la base que el acuerdo que se logre será el mejor para ambas partes pero no necesariamente el mejor para sí mismos. Cuando se habla del final de un conflicto por las vías de la negociación, se tiene en cuenta que las partes acordarán ceder hasta el punto donde consideren que compensa su abandono de las hostilidades. Hay que partir de la idea que la violencia de la lucha armada no es una cuestión irracional, al contrario, parece que todo acto violento tiene una finalidad y rara vez el terrorismo y la lucha armada se justifica a sí misma. Es decir, quienes cometen un acto terrorista saben por qué lo hacen y qué persiguen. En el sentido de Clausewitz, la guerra es una prolongación del terreno de la política, por lo tanto, por repudiable que sea, el bombazo al Club El Nogal tenía todo un mensaje político e ideológico. Así las cosas, ¿por qué las FARC dejarían las armas para ir a una cárcel? La verdad, no hay razón para considerarlo y más bien debería pensarse que ellos se sentarán en una mesa de negociación con la garantía de cambiar la forma de lucha, no para renunciar a su lucha. Y eso toma tiempo y exige que las partes renuncien a un poco de sus pretensiones: el Estado al castigo implacable y las FARC a su forma de lucha basada en la violencia. 

Para concluir, es importante reconocer que la guerra es la forma más rápida de abordar un conflicto. Surge cuando una de las partes considera que no puede esperar para resolver de otra forma la diferencia. Por otro lado, si una parte decide acceder a la justicia penal para exigir castigo por un delito, suele responder a su deseo como parte afectada de recibir su compensación lo más pronto posible. En este sentido el Estado colombiano tiene las de perder, puesto que las FARC han esperado seis décadas para resolver el conflicto y podrían esperar mucho más: no tienen las presiones electorales ni políticas de un gobierno que exigen resolver cuanto antes el conflicto. El mérito de la actual mesa de negociación de La Habana ha estado en que las partes acordaron que llevarían a término exitoso el diálogo, por lo cual a lo primero que renunciaron fue a la presión del tiempo: si querían llegar a las instancias actuales, había que tener capacidad de esperar. No de otra forma se habría construido el mejor acuerdo para ambas partes y no el que cada uno pretendía al llegar a la mesa. Esa es la lógica del acuerdo que hoy celebramos.


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