Riesgos de la incertidumbre del No



Con el Centro Democrático y algunos sectores conservadores listos para impulsar el No a la refrendación de los acuerdos con las FARC, sin duda que plantearse los escenarios que enfrentaríamos en cada opción es un ejercicio necesario. El relato de esta campaña, a diferencia del Sí que yo defiendo, tiene una línea argumentativa que a fuerza de su facilidad para ser entendido ha logrado capturar a una masa importante, tanto que estoy seguro que cualquier opción que gane lo hará con un rango no mayor al 55% de los votos. Para Uribe y sus seguidores, que no son pocos, la conveniencia del No radica en que forzará al Gobierno y a las FARC a volver a la mesa a negociar los acuerdos alcanzados. El mandato legal que tiene el presidente es que, de fracasar el plebiscito, no podrá presentarle al constituyente primario los mismos acuerdos: debe renegociarlos. Para los promotores del No resulta inaceptable que a las FARC se les otorgue participación política -finalmente el objetivo de este grupo tanto en el campo de batalla como en la mesa- y es indispensable la cárcel como única pena proporcional a sus delitos. Sin embargo, hay que partir de dos principios: la historia demuestra que todos los esfuerzos con esta banda fracasaron cuando se les impuso como condición para el diálogo la necesidad de ir a la cárcel y la renuncia a pretensiones políticas y, por otro lado, una rebelión que termina en la cárcel no está en las planes de ningún insurgente. Pero veamos más al detalle tres grandes riesgos que corremos con la victoria del No:


El primero es que las partes se radicalicen, particularmente las FARC, y decidan no renunciar a lo que ya han obtenido como concesiones en la mesa de conversaciones. Así las cosas, buscarán un mecanismo que permite refrendar e implementar los acuerdos ya conseguidos y eso puede sacar a flote una vieja pretensión hasta ahora negada por el Gobierno: la Asamblea Nacional Constituyente. Existe la probabilidad que el presidente, en su afán de no ver naufragar su principal bandera política, decida aceptar este mecanismo lo cual dejaría a dos actores muy satisfechos: a las FARC y a Uribe. La Asamblea Nacional Constituyente sería una gran caja de Pandora que permitiría que todos los actores dejen salir sus pretensiones y así terminemos realmente cambiando la Constitución, cuando se necesitaba era hacer unos ajustes institucionales mucho menores para incorporar los acuerdos de La Habana. No duden que la reelección presidencial sería parte de la nueva receta y que las FARC van a pedir espacio en la Asamblea. Y volveríamos al debate: ¿se lo permitirán? Si es así, ¿por qué no mejor haberlos dejado ir al Congreso y ahorrarnos el esfuerzo, por demás innecesario, de cambiar la Carta?

El segundo riesgo es que se rompa la unidad de mando de las FARC. Si bien es obvio que el Estado Mayor Central de este grupo no controla el 100% de sus frentes -al rededor de un 90%-, la incertidumbre a la que se verían arrojados los miembros de los distintos frentes guerrilleros puede desembocar en una decepción y radicalización de algunas facciones que preferirán ir a lo seguro -la lucha armada que ya conocen- que a esperar el desenlace político y legal de las negociaciones frustradas por el No en el plebiscito. Una ruptura de la unidad de mando de las FARC significaría que el desescalamiento del conflicto que ha llegado a ser un cese de hostilidades se termine y las acciones violentas se intensifiquen. De golpe podríamos acostarnos viendo a un solo grupo armado ilegal y despertarnos, el día después del plebiscito, con dos o más agrupaciones armadas distanciadas de la voluntad del Estado Mayor Central. Y tiene sentido: cientos de rebeldes verán su situación jurídica y política enredada lo suficiente como para continuar con el proceso de cese al fuego y preparación para la desmovilización.

El tercer riesgo es que las partes decidan mantenerse en la mesa de conversaciones y que al final de cuentas no existan acuerdos nuevos ni de fondo ni de forma. Es decir, que tampoco se llegue a un acuerdo sobre cómo refrendar los acuerdos logrados anteriormente. La posibilidad que esto envíe un mensaje de profunda inestabilidad al entorno internacional es tan alta, que muy seguramente Colombia sería vista con reserva ante la incertidumbre que genera: habría que estimar esto en términos de deterioro del clima de negocios, de la inversión extranjera y del riesgo país, que con nuestra coyuntura económica actual no convienen en lo absoluto. No podemos perder de vista que si en algo ha sido efectivo el Gobierno Nacional es en obtener respaldos explícitos de la Comunidad internacional, lo que al final de cuentas se traduce en un ambiente de confianza para el país. Cabe preguntarse si ante el fracaso en el plebiscito, la percepción internacional se deteriore lo suficiente para ver efectos en el campo de la economía y del respaldo político.

Dicho lo anterior: ponderemos los riesgos del Sí y del No. En el caso del Sí, el panorama es predecible en la medida en que el resultado está plasmado en un documento y es posible modelar sus efectos en los distintos escenarios de la vida nacional. En el caso del No, nos enfrentamos a un panorama de incertidumbre donde el mejor resultado posible es que nada ocurra...e insisto: no estoy seguro que mantener todo tal y como está sea a lo que aspiramos.





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