A recoger las mariposas amarillas



Contra todos los pronósticos el NO se impuso. Por muy poco margen, suficiente para decir que aquí si bien por regla democrática hay un vencedor, por aritmética y cuestión política no hay un dirigente o partido ganador apabullante ni un vencido humillado. Evidentemente hay reflexiones que se deben dar: los grandes partidos, que controlan el Congreso y la mayoría de las corporaciones en departamentos y municipios respondieron tímidamente al llamado del Gobierno. Esto deja al descubierto la fragilidad de nuestra democracia: dependencia absoluta de la capacidad instalada de las maquinarias -sin contratos ni dinero en cantidades no se mueven-; Santos y su equipo estaban convencidos que sus aplanadoras funcionarían, ¿o cómo se explica que en Antioquia gana el candidato oficialista a la Gobernación pero pierde la opción promovida en el plebiscito por el oficialismo? Esto demuestra que en ausencia de maquinarias, la gente vota con incentivos y motivaciones distintos, incluso pueden votar libremente por lo que más les guste. Y la cara del NO se llama Álvaro Uribe Vélez y en muchos sectores gusta. Por eso falló el cálculo del presidente y su Gobierno.

El panorama ahora es bastante complejo en presencia del NO como el elemento que detiene y hace inviable jurídicamente los acuerdos alcanzados en la mesa de conversaciones de La Habana. La regla democrática desechó un acuerdo factible y decidió una opción que no tiene claro para dónde va, qué propone y, lo más importante, cómo lo logrará. Y esto sin duda deja un planteamiento interesante para analizar: ¿por qué se desechó un acuerdo listo y que tenía alternativas viables y aceptadas por las partes y por qué tanta gente optó por una opción tan incierta? Es falso decir que el NO carecía de propuesta, pero es claro que tenía como gran cuestionamiento el hecho de no tener viabilidad y factibilidad asegurada ni idea sólida de cómo lo conseguiría. Y al imponerse como la opción preferida, nos vemos abocados a la incertidumbre. Veamos las siguientes consideraciones:

La victoria del NO somete al país a una realidad: hay un acuerdo final entre las partes que no encuentra viabilidad jurídica para ser aplicado. Se suspenden los mecanismos de verificación y queda indefinido el proceso de dejación de armas y concentración de las tropas guerrilleras. Ante este panorama, sencillamente debemos concluir que si hubiéramos votado Sí, hoy tendríamos un cronograma de 180 días para la entrega del último fusil, en cambio hoy no tenemos claro siquiera cuándo iniciará el proceso que se escoja para llegar al fin del conflicto. De alguna manera se pospuso indefinidamente este proceso para hacer honor a la tradición legalista de Colombia. Este punto, que involucra a las FARC, es el que supone la mayor incertidumbre: por un lado, este grupo pedirá interlocución en todos los mecanismos que se definan en el camino, es decir, en la práctica pedirán participación política y estar sentados en igualdad de condiciones con todos los actores. Quizás, en últimas, ese sea el menor de los retos. El asunto se hace más complejo en la medida en que se busca el acuerdo, ¿qué está dispuesto a ceder las FARC? ¿qué los partidos políticos? ¿qué cede el Gobierno? ¿cuánto tiempo pueden esperar las partes para lograr un mejor acuerdo? Y aquí debemos ser enfáticos: ¿qué es un mejor acuerdo?, resulta inquietante que se opte por lo deseable y no por lo factible. 

La estrategia política del Centro Democrático parece apuntar a la necesidad de ganar oxígeno para las próximas elecciones y es plausible pensar que dilaten deliberadamente el acuerdo político necesario para minar la capacidad de gestión de Santos. Si esto ocurre, podrán imponer la agenda del debate político en 2018 y tendrán una ventaja relativa. Sin embargo, dilatar el acuerdo político acrecentará la incertidumbre en distintos campos que finalmente pueden desembocar en un empeoramiento del panorama. Esto podría verse diezmado según las decisiones que tomen desde el Gobierno Nacional: condiciones y reglas nuevas, tiempos precisos y objetivos claros. No obstante y aún así, el tiempo corre en contra; veamos por qué:

En primer lugar, la gran preocupación es qué tanto las FARC se puedan mantener unidas en torno a lo incierto del proceso que continúa. Las divisiones se pueden presentar a medida que pasa el tiempo y las condiciones jurídicas y políticas se mantengan inciertas. Si bien el Secretariado ha mostrado una voluntad de mantener el cese al fuego y un respaldo explícito a la salida política al conflicto, lo cual ayuda a no perder lo que resta de optimismo, no hay indicios que sugieran que van a renunciar a lo obtenido en el acuerdo firmado el pasado 26 de septiembre. Y si antes la negociación entre dos tomó tiempo, ahora con tres actores -los del NO incluidos- es previsible que en el corto plazo no tengamos una salida concreta al conflicto armado. Insisto: a partir del plebiscito, en caso de ganar el Sí, quedaban 180 días para la entrega del último fusil de las FARC, ahora no hay idea alguna de cuándo tendremos un acuerdo factible nuevo.

En segundo lugar, sin duda que el mensaje enviado a la comunidad internacional es negativo. No solo porque al no existir vida jurídica mucho de los mecanismos multilaterales pierden vigencia, sino que por supuesto el contexto se hace más incomprensible, ¿cómo un país rechaza un acuerdo de paz? Si bien hay consideraciones de política interna que hacen de este un tema complejo, por supuesto que la confianza que proyecta el país se puede ir minando. Quizás en el corto plazo, con un buen manejo por parte del Gobierno, el optimismo no se diluya tanto como para afectar el respaldo político internacional -y económico-. Así y todo, ya para el mundo queda claro que un tema que estaba casi superado, como es el conflicto armado, vuelve a ocupar las prioridades de la agenda pública y no se espera una buena receptividad por parte de los inversionistas y en general de los mercados internacionales. A esto sumado que con el panorama político tan complejo, queda en entredicho la capacidad del Gobierno para promover una agenda clave, entre cuyas reformas está el tema tributario estructural del que depende el país para mantener, entre otras cosas, el grado de inversión. 

Por último, es claro que el país quedó dividido. En este escenario queda más claro que la gente votó motivada por una creencia, ante la evidente ausencia de maquinarias electorales que no se hicieron presentes -la abstención se explica en una parte por este factor-. Pesó la propaganda, la disciplina del No, la dispersión del Sí y la incapacidad del Gobierno de transmitir con efectividad el mensaje. Prácticamente salió en el último mes a explicar lo acordado en los cuatro años anteriores a un costo muy elevado. Lo cierto es que al final de cuentas hoy estamos en un escenario complejo y sombrío: teníamos la posibilidad de cruzar una pista de obstáculos con la luz encendida, pero la decisión es hacerlo con la luz apagada -porque si hubiera ganado el Sí, el reto de la implementación daba más certezas pero no menos dificultades-. Ahí el Gobierno tendrá que afinar su estrategia para alinear a la clase política en torno a la voluntad de paz con las FARC y, a estas últimas el reto es mantener la confianza para que sigan en la mesa. Por lo pronto, y como medida cautelar, salgamos a recoger las mariposas amarillas.


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