El muro de Duque




Donald Trump ganó en 2016 prometiendo al electorado más conservador de los Estados Unidos que construiría un muro a lo largo de la frontera sur para frenar la entrada de inmigrantes ilegales provenientes de México y de los países centroamericanos. Build The Wall fue quizás el mensaje más demoledor que logró que el electorado adoptara. El muro se volvió en un escenario común en el discurso del candidato y ha seguido siendo el mensaje del ahora presidente para mantener alineado a su electorado. Sólo hay un problema: no es más que un artilugio muy efectivo de propaganda política e ideológica, pero con poca utilidad práctica. Trump logró convencer al elector más conservador de los Estados Unidos que el problema es que los inmigrantes ilegales son un peligro para la seguridad nacional y que en la frontera sur hay una verdadera crisis. No importa que los datos sugieran lo contrario: que los delitos cometidos por inmigrantes son marginales y que año tras año se reduce el número de personas que cruzan ilegalmente la frontera. Sin embargo, el mensaje había calado.

Duque llegó a la presidencia de la República sobre la ola de la campaña del plebiscito de 2016 y la radicalización del elector colombiano más conservador. Durante esa campaña, los promotores del NO a la refrendación del acuerdo final con las FARC lograron convencer a un importante segmento de la población que ese hecho político representaba un riesgo inminente para la sociedad colombiana: se habló de un adoctrinamiento en torno a los temas de género, de lobby gay, de la destrucción de la familia tradicional, de la expropiación de la propiedad privada y de la entrega de las instituciones a la guerrilla y sus adeptos. Si bien nada de eso ocurrió, la realidad es que para el elector colombiano más conservador sentir en riesgo su escala de valores lo llevó a respaldar a quien representaría la defensa de ellos y ese fue Iván Duque y su partido. No importa que la misma victoria del uribismo en las elecciones legislativas y presidenciales de 2018 demostrara de entrada la debilidad de los argumentos del NO, pero el mensaje había calado.

Pero, ¿qué tienen en común ambos escenarios? Esencialmente que nos permiten identificar cómo unas causas con relativamente ningún efecto práctico sobre la sociedad terminan convirtiéndose en la plataforma de lanzamiento de programas de gobierno basados en la propaganda política. Duque con las objeciones a la ley estatutaria de la JEP, con el desdén para la implementación del acuerdo de paz y con el manejo al asunto de alias 'Jesús Santrich' ha pretendido, como lo hace Trump, convencer que con ello va a curar a su país de una enfermedad que no tiene. Así como el muro no tendrá efecto práctico porque ataca una crisis inexistente, el presidente de Colombia y su partido han convertido en prioridad el desmantelamiento de la institucionalidad que se gestó como resultado del acuerdo de paz. Ni la reforma a la JEP tendrá efecto práctico en la lucha contra el narcotráfico -principalmente porque el problema del narcotráfico ni es exclusivo de las FARC ni obedece únicamente a dinámicas internas-, ni la modificación del acuerdo de paz impedirá que se salve la propiedad privada ni el deterioro de la confianza de los inversionistas, como lo ha advertido el senador Álvaro Uribe. Ni la propiedad privada ni la confianza de los inversionistas están en riesgo por el acuerdo de paz, como lo demuestra la dinámica de la economía colombiana en los mercados internacionales -conserva su grado de inversión y los inversionistas confirman que Colombia es 'buena paga'-.

El acuerdo de paz es el muro de Duque. Es su causa pero, al igual que Trump, se ha dado cuenta que llevar a cabo su programa político tiene que hacerse por las vías institucionales. La diferencia es que al huésped del Salón Oval ni a su partido se le ocurriría un cambio a la Constitución. El esmero ideológico del Centro Democrático está desconociendo la inexistencia de los efectos negativos que denuncian que tiene el acuerdo de paz y más bien sí están ignorando los impactos adversos de echar para atrás una conquista que es ampliamente reconocida a nivel internacional. Los efectos del acuerdo de paz no pueden medirse en el corto plazo, pero es claro que la imagen internacional del país es mucho mejor hoy y eso ha tenido algunos rendimientos positivos vía aumento de visitantes internacionales al país y una perspectiva favorable para los inversionistas. Mientras Duque concentra sus esfuerzos en lograr una victoria pírrica con el acuerdo de paz, el desempleo crece y la debilidad institucional crónica de Colombia permite que los espacios abandonados por las FARC sean ocupados por otros criminales dedicados al negocio de las drogas ilegales. Ante eso, la percepción es que el Gobierno no tiene respuesta, mientras para el asunto 'Santrich' vuelca toda su capacidad.

El presidente comete un grave error: proyecta ante el mundo la sensación que el país está en inminente riesgo por cuenta del acuerdo de paz, ¿cómo explicará Duque en el mundo que el país es buen destino para los turistas cuando él y su partido se esmeran por enseñar una crisis inexistente? ¿cómo argumentaría Duque que las instituciones de Colombia están en riesgo por el acuerdo de paz cuando, justamente en el marco de las elecciones más seguras de la historia, él y su partido ganaron las ramas del poder ejecutivo y legislativo? ¿cómo puede demostrar que es el líder de un país entero si al mundo demuestra que, a pesar de ser presidente y cabeza de un partido mayoritario, no tiene capacidad de controlar situaciones? Realmente el dilema de Duque es ceder a su plataforma ideológica o aceptar una realidad.

Los molinos de viento contra los que batalla Duque y el Centro Democrático, creyendo que son fieras que ponen en riesgo a Colombia, se han convertido en un exitoso programa de propaganda política. Pero al igual que Donald Trump, ellos concentran sus esfuerzos en ganar votos a través de hacernos creer que libran una batalla contra enemigos inexistentes: con alta seguridad, mientras cantan victoriosos que alias 'Jesús Santrich' no pudo sacar las 10 toneladas de cocaína hacia los Estados Unidos, algún capo menos mediático coronaba una entrega, impulsado por los precios crecientes del producto final en las calles de Manhattan o Chicago. Mientras creen que salvan a Colombia de caer en manos de un comunismo en la práctica extinto, mientras creen que el acuerdo de paz pone en riesgo al país, por debajo de la puerta se filtra una realidad que tarde o temprano termina por imponerse: la crisis institucional que pretenden hacerle creer a los electores colombianos no existió. Como la crisis en la frontera sur de los Estados Unidos, que sólo existe en la mente de Trump y de sus electores.


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