La fuente de los deseos

En 1918 el mundo se hallaba saliendo de una guerra y entrando en una pandemia, que en sus primeros seis meses mató a mas de cinco millones de personas en el mundo. Para hacerse una proporción, en el mismo tiempo mató 25 veces más personas que la actual pandemia del coronavirus. El mundo tomó algunas medidas, pero mucho menos coordinadas y sin el despliegue de información que hoy tenemos. Con el virus surgido a finales del año pasado, el mundo tuvo que reconocer que no se preparó para enfrentar una amenaza biológica potencialmente desestabilizadora. De haberlo hecho, quizás hoy no estaríamos viviendo las contingencias mayúsculas que la mayoría de los países han debido implementar. 

Cerrar países se convirtió en la solución para detener un ritmo de contagios explosivo que ha caracterizado a este nuevo coronavirus. En algunos países como España o Italia las medidas se tomaron cuando la amenaza había tomado fuerza y en países como Colombia se tomaron temprano, reduciendo la velocidad de los contagios. Al inicio, la gente creyó que la cuarentena descartaría definitivamente la amenaza, pero luego se asistió una realidad: confinar a las personas solamente reduce la velocidad de la pandemia y diferir en el tiempo los contagios.

Frente a la realidad actual, la claridad entre unos cuantos es que con los aislamientos preventivos se gana tiempo para perfeccionar procedimientos médicos y ampliar la capacidad hospitalaria. También para entender a la enfermedad, que pasó de creerse que mataba a un increíblemente alto 10% de los contagiados en Italia, a una cifra que oscila entre el 0,5% en el Estado de Nueva York y el 0,66% en China, según estudios preliminares. También, en este tiempo de encierro, se ha ido comprendiendo que apenas observamos la cresta de la ola, porque en cuestión de tres meses nos fuimos dando cuenta que entre el 10% y el 20% de los españoles portan o portaron el virus, la inmensa mayoría sin saberlo o percibirlo, mientras algunos estudios en Francia sugieren que entre el 3% y el 7% de los franceses también ya lo hicieron. 

Por supuesto, la emergencia continúa, no es para menos. Se estima que la pandemia podría tener su declive definitivo cuando el 60% de la población haya adquirido el virus. Si suponemos que el 0,6% de los infectados morirá, quiere decir que en un país como Colombia morirían a lo largo de la pandemia 180.000 personas. Por supuesto, esto parte de supuestos y de proyecciones, así que cabe pensar que con adecuada atención médica las muertes serían aún menos, pero no por ello deja de ser un motivo de presión extraordinario para los gobiernos. Aún así, la perspectiva de la enfermedad cambió en estos meses.

Sin embargo, luego de casi tres meses de países cerrados o parcialmente paralizados, emergió la preocupación por el deterioro progresivo del bienestar de las personas encerradas. Sin producir, sin salir, sin relacionarse como se hacía antes, las economías han venido cayendo a ritmos no vistos desde 1929, en una espiral de cierre de empresas y destrucción de empleos que en algunos países vulnerables como Colombia puede resultar insoportable. No parece irracional pensar que la gente computa sus riesgos y sabe, sin desacertar demasiado, que el riesgo de la pobreza y el sufrimiento que trae es más probable y prolongado que los efectos que pueda tener en el cuerpo el coronavirus. 

Como quien va a una fuente y lanza una moneda para pedir un deseo, muchos anhelan, tampoco sin razón, que la gente permanezca en casa por el tiempo que sea necesario. No obstante, como decía un profesor de la Universidad de los Andes, ese dilema trágico entre quedarse en casa y proteger su salud pero sufrir la pobreza o la presión de la escasez nos obliga a aceptar, no sin temor, que la reapertura de los países es inevitable, aún si la pandemia no ha desaparecido. Yo voy más allá: el dilema se irá diluyendo con el tiempo, porque para el género humano y las sociedades modernas estar encerrados sin desarrollar vida productiva o vida social entra en el terreno de la imposibilidad.

En la medida en que la gente incorpore al coronavirus en su cotidianidad, como parece está ya ocurriendo, el cálculo de los riesgos irá evolucionando. Y en la medida en que entre en sus fases finales, los temores se irán disipando. Si bien lo deseable es que la gente privilegie la salud y se quede en casa, al entrar en el terreno de lo posible veremos que más pronto que tarde la gente saldrá, poco a poco diluirá el distanciamiento social e intentará retomar el estado de las cosas. Si pudiésemos elegir entre lo deseable y lo indeseable, sería mucho más fácil. Pero poco a poco nos abocamos a una situación mucho más compleja: elegir entre lo deseable y lo posible. Y, en este caso, realmente no hay un dilema, porque la realidad en últimas no es opcional. Menudo reto tienen por delante los gobiernos.





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