El único disparo

La complejidad de los fenómenos sociales es un reto cuando se analizan decisiones de política pública. Por ejemplo, en los modelos que las definen generalmente nos concentramos en el comportamiento de una variable y restamos importancia a otras. La pandemia, por supuesto, es no sólo un fenómeno biológico complejo sino todo un asunto social, político y económico que trasciende a la órbita de la salud. Y las cuarentenas, que implementaron casi todos los países de Europa y América entre marzo y junio, han sido una parte esencial de la receta de políticas públicas para controlar esta amenaza a la salud humana.

Las cuarentenas, indudablemente, en el modelo y en la realidad funcionan cuando nos concentramos en las muertes posibles. La supresión de la transmisión comunitaria del virus a través de mantener a la mayor parte de la población en sus casas y sin contacto entre las personas resultó eficaz, a juzgar por los números, y redujo la velocidad de los contagios. En el caso colombiano, la decisión temprana hizo que Colombia transitara por aguas calmadas mientras la tormenta se desataba entre marzo y abril en España, Francia, Italia y Reino Unido.

Sin embargo, al extender el efecto de la cuarentena a otros frentes, queda la sensación que es una receta de uso limitado. Sus efectos sobre la economía están por evaluarse, pero en Colombia entre marzo y junio se han destruido más de cinco millones de empleos y en sectores como el gastronómico y hotelero hay una amenaza de desaparición para el 60% de sus empresas. La caída de la producción nacional marcará un hito en la historia económica del país y en los siguientes meses sabremos el costo en términos de destrucción de la clase media y del aumento de la pobreza.

Sin cuarentena, seguramente la economía habría sufrido un duro revés, sin embargo, hay razones para pensar que una medida de aislamiento obligatorio generalizada causa un impacto negativo adicional en la población, sumado a impactos en la salud mental aún por establecerse. En momentos en el que los contagios muestran un crecimiento en Colombia, existen voces que aseguran que inevitablemente el país camina hacia un confinamiento total. Sobra decir que sería devastador y terminaría de hundir en la pobreza a gran parte de la población.

Quienes proponen la cuarentena piden que venga acompañado de una serie de medidas económicas de asistencia social, como una renta básica. Sin embargo, eso no le quita el carácter regresivo a la medida, porque resulta particularmente más severa con la población pobre, donde, por ejemplo, el déficit cualitativo y cuantitativo de vivienda es mayor. Adicionalmente, la caída en el recaudo tributario, las presiones del gasto y la incapacidad crónica del Estado colombiano de controlar su territorio hacen de un segundo confinamiento generalizado una medida inviable.

El aislamiento obligatorio generalizado es un único tiro y ya lo gastamos. Estamos frente al mayor desafío de política pública en muchos años y requiere focalización, eficiencia, rastreo intensivo y proteger con el mismo ímpetu la vida y la calidad de vida de la gente. La cuarentena estricta parece, a priori, la decisión más efectiva y rápida, pero ni el Estado ni la población están en condiciones de resistirla.

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