Números rojos

Recientemente, en su cuenta de Twitter la alcaldesa de Bogotá expresaba que lo importante ahora es la salud y la vida. Nadie en sano juicio diría lo contrario o se atrevería a cuestionarla. Sin embargo, cierra su mensaje con una sentencia: lo material se recupera. Eso también es cierto, lo material se recupera. Quizás el asunto es que no sabemos en cuánto ni a qué costo. Pero más allá de esa aseveración de la alcaldesa, queda en el ambiente que lo económico es simplemente un asunto de producir bienes y servicios. Es una maquinita que produce cosas que se venden y compran, pero que si se apaga hoy, se puede encender mañana o en un mes. Esa visión simplista de la economía es, cuando menos, cuestionable, pues no toma en consideración lo que alrededor de la vida productiva se gesta: proyectos personales, salud mental y, en no pocos casos, afianza la convivencia y la seguridad. La pobreza es uno de los grandes flagelos de la humanidad y, estamos seguros, no se limita a una carencia material. Si la economía se apaga, las implicaciones de corto y de largo plazo pueden ser devastadoras para una sociedad.

Esto se podría apreciar con los números de Cali. La pandemia deja a la ciudad con un recaudo casi a mitad de camino de lo esperado en este momento del año. Mientras en esta parte del año, pero en 2019, el recaudo superaba el billón de pesos, en estos momentos nos enfrentamos a un recaudo que apenas supera los 600 mil millones de pesos, ¿qué implicaciones tiene esto? El freno económico ha hecho, por supuesto, que las familias y las empresas prefieran la liquidez y dejen de pagar sus impuestos. Eso es lo previsible. Sin embargo, dadas las condiciones sociales y económicas que se deterioran con esta crisis, la pérdida de ingresos del Estado en el nivel local es preocupante.

Gran parte de los proyectos de inversión que pretenden cerrar brechas históricas y mejorar las condiciones de vida de comunidades vulnerables se podrían ver afectados. Las administraciones públicas formulan sus presupuestos sobre la base de unos ingresos y si esta última proyección falla, el presupuesto anual queda desfinanciado. La caída en el recaudo tributario no se recuperará fácilmente: en el corto plazo, para compensar las pérdidas de 2020, sería necesario cumplir la meta de recaudo tributario de 2021 y, adicionalmente, que ese recaudo sea excepcional y deje un excedente que compense las pérdidas. Dudo que semejante escenario tan optimista ocurra.

Cali tardará varios años en recuperar su capacidad financiera y, de hecho, el panorama se complicará con el endeudamiento público. Con las necesidades de liquidez, Cali pasará de tener una deuda de corto plazo de 600.000 millones de pesos a casi un billón setecientos mil millones de pesos en un horizonte de 10 años. La experiencia más reciente que tenemos en torno a ello es que Cali tardó casi 18 años en liberarse de obligaciones financieras ante los bancos y aquí estaríamos en frente de una decisión que tomará toda una década. Es una transacción intertemporal compleja, porque se suplen necesidades de consumo y gasto de hoy con cargo en las finanzas públicas de los siguientes 10 años. Sin duda, lo material se recupera, pero tomará una década, con aún inciertas consecuencias sobre la inversión social necesaria para la recuperación.

En el campo del empleo, que ha sido una de las variables más afectadas en esta crisis, el panorama es más oscuro. Colombia tardó casi dos décadas en bajar el desempleo a un dígito; en el caso particular de Cali, el desempleo tomó casi una década en acercarse al promedio de desempleo nacional, cuando normalmente se mantenía cuatro o cinco puntos porcentuales por encima. Hoy la ciudad experimenta un desempleo del 27%, cifra histórica, sin contar con la afectación que experimentan en sus ingresos los trabajadores informales. Fácilmente nos podríamos tomar otras dos décadas en bajar ese desempleo a cifras de 2019. Para tomar un marco de referencia, España tardó casi una década en bajar 10 puntos porcentuales su récord de desempleo. Y aquí no logramos capturar variables de salud mental y otros efectos colaterales del desempleo en el bienestar emocional, físico y hasta espiritual de las personas.

Estos números rojos no aguantan mucho aplazamiento. Experimentamos la peor crisis en un siglo y, ciertamente, es particular porque tiene su origen en un fenómenos biológico que apenas terminamos de entender y cuyas soluciones definitivas estamos expectantes empiecen a llegar en enero de 2021. Sin embargo, el panorama social y económico dista simplemente de ser un asunto material. No es solamente apagar el interruptor de las fábricas y encenderlo cuando el riesgo pase. Creo que no estamos comprendiendo la magnitud de dejarnos caer en esa falsa disyuntiva entre salud y economía. Y el costo social a futuro puede ser impagable. 





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