Reactivación: un asunto de jóvenes y mujeres

La pandemia nos ha propinado un golpe durísimo. Ha cambiado las perspectivas, las prioridades en la agenda pública y hasta los temas del día han cambiado. Sin contar las medidas de los gobiernos, la pandemia por sí sola tenía la capacidad de impactar negativamente en las perspectivas y en la percepción del riesgo de los empresarios y consumidores. En marzo, cuando estalla la crisis en gran parte de Europa y América, el nerviosismo por una situación nueva, inédita para la mayoría e impredecible, hacía que las dinámicas económicas y sociales cambiaran. Muchos establecimientos comerciales cerraron antes de decretar cualquier cuarentena y la gente se encontraba sumida en la incertidumbre. Por supuesto, con las medidas gubernamentales, la parálisis se decretó y resultaba insensato pretender que no tuvieran impacto adicional en la economía.

Seis meses después conocemos la gravedad de la pandemia un poco más y entendemos que, por razones que no son del interés ahora en esta tribuna, los escenarios catastróficos que se formularon en marzo no se cumplieron. No podemos minimizar la importancia de este fenómeno biológico extraordinario que ya se perfila como una de las cinco principales causas de mortalidad en Colombia, pero es cierto que no está siendo extraordinariamente crítica como lo anunciaban los modelos. ´

Ahora bien, desde mayo, el Gobierno Nacional había demostrado un interés bastante marcado en reabrir sectores de la economía cerrados. Para algunos, era privilegiar la economía sobre la salud, lo que planteaba un debate equivocado y cargado de sesgos políticos que no reflejaban la trascendencia de la reapertura -segura- de la economía. Para ellos, con no poca demagogia, era un favor para las grandes empresas y los grandes dueños del capital en Colombia. Cuánto error en esta apreciación: esas grandes empresas nunca cerraron.

Las empresas que sí han ido desapareciendo a pasos agigantados son los restaurantes y bares. Grosso modo, cada día en los últimos seis meses, solamente en Cali, han desaparecido, en promedio, 11 establecimientos del sector de restaurantes, cafés y hotelería (el llamado Horeca); la particularidad de estas empresas es que se encuentran en la franja de pequeñas y micro empresas, con una limitada capacidad de reservas para sobrevivir mucho tiempo sin vender, pero que se habían convertido en el símbolo de una ciudad que estaba atrayendo un número inusitado de visitantes y que consolidaba una rica oferta de entretenimiento. El problema tiene unas connotaciones mayores cuando se cruza esta situación -que se repite en todo el país-, con las cifras de mercado laboral del DANE.

En las 13 principales áreas metropolitanas de Colombia, el desempleo juvenil está en el 35%. Una ciudad como Neiva tiene una tasa de desempleo juvenil del 53,4% y Cali aparece como la ciudad con una población mayor a un millón de habitantes con más desempleo juvenil, con un 36,5%. Tiene sentido pensar que los sectores de la economía que más han sufrido los golpes de las medidas gubernamentales y de la pandemia son aquellas que son intensivas en mano de obra juvenil, como los restaurantes y cafés, donde es habitual encontrar jóvenes que trabajan en las noches mientras en el día cursan sus estudios. Ahora, con esta situación, ya no solo se puso en riesgo su situación laboral sino que, muy probablemente, tendrán dificultades para permanecer en sus estudios. 

En el caso de las mujeres, el panorama es similar. Mientras los hombres enfrentamos una tasa de desempleo de 16,2%, las mujeres se encuentran en una tasa de desempleo histórica del 24,9% a nivel nacional y en las 13 principales áreas metropolitanas el panorama es más crítico, porque las mujeres enfrentan una tasa de desempleo del 28,3%. Cabría entonces el supuesto razonable de que los sectores más afectados por las medidas que obligan a su cierre son intensivos en mano de obra juvenil y de mujeres, lo cual abre una discusión extraordinaria sobre quién está pagando los costos más elevados en esta crisis. Un empresario propietario de un motel en Cali decía que el cierre de uno de estos establecimientos implica el despido de 50 a 60 personas, en su mayoría mujeres cabeza de familia.

Ciertamente, la situación es excepcional, la enfermedad no se ha logrado controlar y persiste como una amenaza, además que aún no existe una respuesta farmacológica contundente, aunque en el escenario hay varias posibilidades que esperamos no tarden en llegar a Colombia. Sin embargo, el impacto económico del cierre prolongado de estos sectores de la economía nos pone en un escenario de largo plazo muy complejo, tanto así que resulta plausible considerar que primero desaparecerá la pandemia como amenaza a la salud pública, mucho antes que podamos resolver el problema de empleo y devastación económica que enfrentamos. No hay que olvidar que Colombia tardó más de dos décadas en bajar a un solo dígito la tasa de desempleo. No es un asunto de poca monta.

No hay duda que hay únicamente dos caminos para estos sectores de la economía: auxilios económicos directos a las empresas en crisis por parte del Gobierno y la reapertura segura y controlada de estos sectores. No es viable un cierre prolongado de estos establecimientos. La prohibición nos está costando empleos, pero también nos está costando los frágiles avances que habíamos logrado en equidad de género y oportunidades para los jóvenes. La reactivación es también un asunto de jóvenes y de mujeres. Ojalá el Gobierno Nacional entienda el impacto de su renuencia a permitir una mayor apertura.

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